Durante toda la estancia en Bolivia, también tuvimos tiempo de viajar y ver otras realidades del otro lado del charco. Por todo Bolivia se veía una constante lucha entre los pueblos indígenas y las grandes ciudades. Una constante lucha por salvar una cultura olvidada frente a una globalización que no dejaba espacio para ésta.
El quechua y el aymara vivían todavía en las pequeñas aldeas del altiplano boliviano, mientras que en las ciudades poco se hacía para conservarlas.
Es cierto que la llegada de Evo Morales a sustentado varios programas por fortalecer estas culturas perdidas, pero a pesar de esto, la propia inercia de la vida parece que lucha contra estos pueblos perdidos. Una de las cosas que no me gustó mientras cooperaba en la escuela pequeña de Ocurí, fue que yo no sabía quechua y que por tanto, no podía impartir clases en su idioma. Intenté integrarlo en mis clases a base de que ellos me enseñaran a mí lo más sencillo del idioma, haciéndoles ver que me interesaba por él y que quería aprenderlo. Pero tuve la constante sensación de que más que enseñarles, impedía un proceso de enseñanza. Claro que, también tuvo buenas consecuencias, pues como una de las lenguas oficiales bolivianas, también se debía impulsar el castellano y en un entorno como el de Ocurí, no es fácil encontrar a gente que lo hable.
Dudo que en Ocurí vaya a desaparecer el quechua, pero es cierto que en muchas regiones bolivianas tanto el quechua como el aymara están poco a poco, desapareciendo, y es algo que todos juntos debemos impedir, pues no sólo es el idioma; detrás de él se guardan miles de años de historias y culturas diferentes.
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